-Ignacio no va a aprender a decir abuelo hasta que tenga tres años. Así que voy a enseñarle a llamarme Nacho.
Fue Nacho quien enseñó a Ignacio a caminar.
-Agárrate de mis manos, Ignacio-le decía su abuelo-.Un pasito...y otro pasito. Un pasito...y otro pasito.
A Ignacio y a Nacho les gustaba mucho jugar con los viejos tacos de madera, que se guardaban en un estante en el cuarto de costura.
A veces, cuando todavía no habían puesto ni la mitad de los tacos, la torra se caía. Otras veces, la torre iba creciendo y creciendo cada vez más alta, hasta que ya casi no quedaban tacos que ponerle.
-Solamente falta uno-decía Nacho.
-Y es el taco del elefante-decía Ignacio.
Y con mucho cuidado, ponían el taco del elefante en lo más alto de la torre. Pero entonces, a Nacho se le salía un estornudo y la torre se venía al suelo. Ignacio se reía y se reía.
-Los elefantes siempre te hacen estornudar, Nacho-decía Ignacio.
-Bueno, la próxima vez sí nos va a salir una torre que no se caiga-le decía su abuelo.
Entonces, Nacho sentaba a Ignacio en sus rodillas y le contaba cuentos.
-Nacho, cuéntame cómo me enseñaste a caminar-le pedía Ignacio.
Y su abuelo le contaba cómo lo agarraba de las manos y le decía: Un pasito...y otro pasito. Una pasito...y otro pasito. Hasta que un día, Ignació se soltó de las manos de su abuelo y caminó solo.
El día que Ignacio cumplió cinco años, él y Nacho pasaron un día muy especial. Fueron al parque de diversiones. Se montaron en la montaña rusa, comieron perros calientes y helados. Se tomaron fotos y cantaron canciones. Y cuando e hizo de noche, fueron a ve los fuegos artificiales.
En el camino de regreso, Nacho iba contándole cuentos a Ignacio.
-Ahora-pidió Ignacio-cuéntame cómo me enseñaste a caminar.
Y Nacho le contó.
Poco después del cumpleaños de Ignacio, su abuelo se puso muy enfermo.
Ignacio regresó de la escuela y su abuelo no estaba en casa.
-Nacho está en el hospital-le dijo su papá-.Le dio una cosa que se llama infarto.
-Quiero ir a verlo-dijo Ignacio.
-No se puedo,mi amor-contestó su mamá-.Ahora Nacho está muy enfermo y no puede ver a nadie. No puede mover sus brazos ni sus piernas, y no puede hablar. El doctor dice que tal vez ni siquiera reconoce a las personas. Tenemos que esperar y confiar en que Nacho se mejore.
Ignacio no sabía qué hacer. No quería comer, y por las noches no se podía dormir. Lo único que quería era que Nacho se curara.
Pasaron meses y meses y meses. Nacho seguía en el hospital. A Ignacio le hacía mucha falta su abuelo.
Un día, cuando Ignacio regresó de la escuela, su papá le dijo que Nacho volvería a casa.
-Pero todavía está muy enfermo-le dijo-.No puede caminar ni hablar. Cuando nos ve, a tu mamá o a mí, no sabe quienes somos. Y el doctor cree que no se va a mejorar. Así que no te asustes cuando veas que Nacho no se acuerda de ti.
Pero Ignacio sí se asustó. Su abuelo no se acordaba de él. Lo único que hacía era estar todo el día acostado.
A veces, el papá de Ignacio cargaba a Nacho desde la cama y lo sentaba en un sillón. Pero Nacho no hablaba y ni siquiera se movía.
Un día, Nacho trató de decirle algo a Ignacio, pero lo que hizo fue un sonido horrible. Ignacio salió corriendo el cuarto.
-Nacho hizo un ruido como monstruo-le dijo a su mamá.
-No fue a propósito-le contestó ella.
Ignacio volvió al cuarto donde estaba sentado Nacho. Le pareció que había una lágrima bajando por la cara de su abuelo.
-Yo no quería salir corriendo. Perdóname. ¿Sabes quién soy?.
A Ignacio le pareció ver que Nacho guiñaba un ojo.
-¡Mamá, mamá!-gritó-¡Nacho sí me reconoce!.
-No, Ignacio-le dijo su mamá-.Tu abuelo no nos reconoce. Trata de tranquilizarte.
Pero Ignacio estaba seguro. Corrió hasta el cuarto de costura. Sacó la caja de tacos del estante y corrió otra vez al cuarto donde estaba Nacho.
En la cara de Nacho apareció una pequeña sonrisa.
Ignacio empezó a construir la torre. Llegó hasta la mitad...
Luego, casi hasta lo más alto...
Solamente faltaba un taco.
-Bueno, Nacho-,dijo Ignacio-,ahora el taco del elefante.
Y Nacho hizo un ruido extraño, que sonó como un estornudo.
La torre se vino al suelo., y Nacho se sonrió y movió un poquito un poquito los dedos, para arriva y para abajo.
Ignacio se rió y se rió. Ahora sabía que Nacho se iba a curar.
Y así fue. Poco a poco, comenzó a decir algunas palabras. Sonaban extrañas, pero cuando decía Ignacio se entendía clarito, clarito. Después, Nacho pudo mover los dedos, y luego las manos. Ignacio lo ayudaba a comer, hasta que un día Nacho pudo sostener solo la cuchara.
Pero, todavía, no podía caminar.
Cuando pasaron las lluvias, el papá de Ignacio sacó una silla y sentó allí a Nacho. Ignacio se sentó a su lado.
-Ignacio-dijo Nacho-.Cuento.
Y entonces Ignacio le contó u cuento.
Luego, muy despacito, Nacho se levantó de la silla.
-Tu. Yo. Caminar-dijo Nacho
Ignacio entendió.
Se paró delante de Nacho para que se apoyara sobre sus hombros.
-Y está, Nacho. Un pasito...
Nacho dio un paso.
-Y otro pasito.
Nacho dio otro paso.
Al final del verano, Ignacio y Nacho podían ir caminando hasta el parque y Nacho hablaba cada día más y mejor.
Cuando cumplió seis años, Ignacio sacó la caja de tacos. Poco a poco, construyó la torre. Sólo faltaba un taco.
-Ahora, taco elefante-dijo Nacho
Ignacio lo puso en lo más alto.
¡Nacho estornudó!
-Los elefantes siempre te hacen estornudar, Nacho-dijo Ignacio. Bueno, la próxima vez sí nos va a salir una torre que no se caiga. Ahora, cuéntame un cuento.
Y Nacho le contó un cuento.
Luego Nacho dijo:
-Ignacio, cuéntame cómo me enseñaste a caminar.
-Bueno, Nacho, tú te apoyaste sobre mis hombros y yo te dije: Un pasito...y otro pasito.Un pasito...y otro pasito.
Autora: Paola Tomie.
Título original:Now one foot, now the other,Inglaterra, 1981.
Comentario:¡¡Hola a todos!! Hoy me tocaba postear a mi y elegí este cuento porque es uno de los que más me gustaba cuando era chica.
Tenía ocho años cuando, entre los libros de la biblioteca de mi vieja, encontré un folleto sobre sida titulado "Unidos en la Esperanza", en el que figuraba este cuento.
Recuerdo que lo leía todos los días, y que cada vez, después de terminarlo, me emocionaba tanto que lloraba: siempre fui un poco hiper sensible, y con este libro sufría pero a la vez me daba esperanza.
Lo más recalcable de él, según mi parecer, es la forma tan tierna en la que muestra la relación de Ignacio con su abuelo,ya que es bien sabido que,llegado un momento,la niñez y la vejez se juntan: los abuelos no están para educar a sus nietos, sino para jugar con ellos.Y,normalmente,los padres son los que suelen interferir en esta relación.
De ahí a que los padres de Ignacio se opongan a la creencia de su hijo de que el abuelo se puede recuperar: ellos ya no tienen esperanzas,ya que su mente cerrada no les permite ver más allá de un cuadro clínico, no pueden creer que él pueda curarse,simplemente, por el amor de su nieto,
lo que también presenta una notable crítica a la mentalidad adulta.
En fin, es un libro que enseña a no discriminar a aquellos que están enfermos, a darles apoyo emocional además de drogas, ya que, como dice una amiga mía, "no somos cachos de carne con ojos".
Posteo de Lucía Florencia Sartirana 1 "A" cbu
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